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30 de julio de 2010

Mujer, tierra y Estado

Comentarios a partir del libro
“Rupturas, reconstrucción y continuidad en cinco comunidades q’eqchi’: las mujeres y el acceso a la tierra.
URL, 16 de octubre de 2007

Mario Sosa

Las ideas que a continuación compartiré no se alejan del aporte concreto, valioso y rico que nos hace el estudio que hoy se presenta. En todo caso constituye una recuperación que me resulta valiosa, una puntualización que aporta al conocimiento del problema y una ampliación que considero necesario tomar en cuenta al momento de conversar sobre la tríada, Mujer, tierra y Estado.

Indudablemente, alrededor de la tierra –de su propiedad y usufructo- se ha reproducido no solamente un régimen de explotación y expoliación social en general, sino también se ha reproducido un sistema de desigualdad que, en el caso particular de las mujeres, representa una de las principales condiciones que mantienen y reproducen su situación explotación y triple opresión: de clase, de género y étnica.

De los académicos, técnicos y tecnócratas, de la población campesina y las mujeres campesinas en particular es sabido, que la propiedad de la tierra es condición para el acceso a crédito, capacitación, tecnología… pero sobretodo, para el acceso a poder, poder con el cual se pueden modificar condiciones y relaciones sociales marcadas por la injusticia. De tal manera que, en el caso de la mujer, el hecho de que carezca de propiedad no solamente la limita, sino le impide acceder a información, recursos, capacidades y, por consiguiente, a poder, el cual queda en manos de quienes en su calidad de hombres, propietarios –de parcela, de propiedad colectiva como titulares o de latifundios- mantienen la propiedad o el usufructo sobre este recurso indispensable y principal para la reproducción social en el campo.

En este sentido, es necesario recordar que estamos ante una problemática que procede de varias fuentes de explicación.

Primero:

La estrategia patriarcal para la transmisión de la propiedad sobre la tierra, excluye generalmente a la mujer, privilegiando a los hombres y principalmente al primogénito; estrategia que si bien se explica como estrategia de reproducción campesina, también resulta en una estrategia para la reproducción de relaciones patriarcales. Este esquema de reproducción social ha condicionado el papel de la mujer, relegándola y limitándola a jugar un papel preestablecido en el ámbito de la organización familiar y comunitaria, campesina y rural.

Esto es lo que hace que el hombre sea, en esencia, el único sujeto con derechos a la tierra y el único sujeto agrario. Además, el único sujeto visibilizado. En esta condición, suele no considerarse o desconsiderarse la importancia histórica de la mujer campesina como fuerza de trabajo en la parcela familiar –en propiedad o usufructo- y en las fincas dentro y fuera del territorio nacional, pero también ha sido el cimiento para su invisibilización como productoras, trabajadoras y reproductoras de vida, del trabajo y de un sistema que no deja de sostenerse en la capacidad productora y reproductora del campesinado.

Esto, sumado al carácter patriarcal de las comunidades rurales, indígenas y no indígenas, y a la sociedad en general, han impedido que la mujer campesina se constituya en sujeto de derechos concretizados: a la propiedad o co-propiedad, al crédito, a la tecnología, a la salud y educación, a la organización y participación política protagónica en la comunidad, la organización, el partido y la sociedad en su conjunto.

En esta misma dirección es necesario cuestionar el relativismo cultural y la falta de crítica a la cultura –en nuestro contexto a “la cultura” ladina o mestiza e indígena-, que sin caer en una actitud racista o asimilacionista, retome la necesidad de construir sociedades y pueblos justos e igualitarios, sin aducir la cultura y sin asumirla como fetiche para la reproducción de desigualdad e injusticia.

Segundo

La problemática que enfrenta la mujer campesina no puede desvincularse de su clase social y, por consiguiente, del modelo de acumulación imperante que reproduce y profundiza las condiciones del campesinado guatemalteco. Ya conocemos como el capitalismo (algunos dirán el mercado como ambigüedad discursiva cargada de ocultamiento) define un lugar marginal a la economía campesina, pero al mismo tiempo esencial para la reproducción social del trabajo y el mantenimiento del ejército de campesinos en permanente reserva; un capitalismo que en su modalidad guatemalteco prioriza la producción para la exportación, la concesión indigna de los recursos naturales, las carreteras por sobre la salud y la educación; es decir, prioriza necesidades externas, alejadas del interés de la gente del color de la tierra como poéticamente se le ha denominado en el contexto mexicano a la gente indígena y campesina, a la gente olvidada.

Las viejas y nuevas modalidades de acumulación de capital, como la extensión e intensificación de la minería, la producción de agro combustibles, los megaproyectos (como la FTN), los tratados de comercio impuestos, los plantes regionales como el PPP, tendrán un impacto directo en el agro guatemalteco y en particular sobre la clase campesina concebida como trabajadores, productores, familias y comunidades campesinas y, por supuesto, como mujeres campesinas. La anunciada crisis alimenticia, la quiebra de productores de granos básicos, la extensión del despojo de tierras o su compra a precios obligados, el desplazamiento de población, la anunciada crisis alimentaria, son sólo algunos de esos efectos que ya están empezando a sentirse y que, algunos de ellos ya los registra el libro que hoy se presenta.

Los procesos de la mal llamada globalización, que no es otra cosa que el carácter de desarrollo actual del sistema capitalista, generan modalidades cualitativa y cuantitativamente particulares, por ejemplo de migración, con su consabido impacto en el papel de la mujer en la familia, en la producción y el trabajo agrícola y doméstico –dentro del hogar y fuera de este en la ciudades-, en la organización social y política comunitaria y regional, etc. Generan impactos profundamente injustos en términos de propiedad sobre la tierra, los salarios e ingresos, las jornadas dobles de trabajo fuera y dentro del hogar, las exclusiones políticas, la marginalidad. Son impactos que genera, no esa abstracción ambigua llamada globalización, sino el sistema capitalista y su modalidad de “desarrollo” que reproduce la injusticia y la desigualdad.

Tercero


El Estado guatemalteco no hace más que reproducir el mismo esquema, pues no solamente ha reproducido la “lógica del mercado de tierra”, sino además ha reproducido la lógica patriarcal al no intencionar políticas de acceso a medios de producción por parte de las mujeres o al intencionarlas sólo cuando existe presión internacional para ello.

En esta dirección el proceso es lento, sobretodo en contextos en donde quienes instituyen las políticas están marcados por lógicas conservadoras, carácter que también presentan aquellas lógicas supuestamente progresistas que subyacen en políticas paliativas, parciales y temáticas (fondo indígena para los indígenas, Promujer para las mujeres). Lógicas que en sus informes nos hablan de coberturas y avances que resultan ínfimas contribuciones que no se corresponden con el papel y la participación de la mujer en la producción, el trabajo y la reproducción social. Lógicas que además se reproducen en proyectos colectivos desde la misma organización campesina en sus múltiples modalidades, cuya propiedad de la tierra si bien puede estar en manos de la cooperativa, a la misma pertenecen especialmente los hombres en representación de la familia beneficiaria, lo cual a su vez representa que son ellos quienes toman las decisiones sobre la tierra, sobre el carácter del proyecto de desarrollo comunitario y sobre la colectividad. Lógicas que, además, son contradichas por las políticas fundamentales (como las económicas, energéticas, mineras, de infraestructura, etc.) que profundizan la explotación, expoliación, desplazamiento, marginación de la clase campesina en su conjunto.

La inexistencia de estadísticas y políticas coherentes con la gravedad de la problemática, parten de ignorar u ocultar el papel de las mujeres como productoras de la tierra y, a partir de ahí, como productoras de reproducción social, cultural, de vida. Se les recupera sólo y sí constituyen un producto atractivo para venderlo a la cooperación no gubernamental, intergubernamental, a los organismos internacionales de crédito, etc.

El Estado sigue siendo entonces, en esencia, un instrumento para concretar y legalizar el desbalance en las relaciones en el agro, que se concretan como salarios de hambre, como exclusión del acceso al crédito, la tecnología y la capacitación, como despojo, y en particular, como exclusión de la propiedad hacia la mujer.

Estamos entonces, ante un sistema que en todos los ámbitos y perspectivas, hace de la mujer campesina e indígena del campo, no un sujeto de derechos, sino un objeto de violencia histórica y cotidiana, económica, social y política. Una violencia por demás normalizada, en tanto es la norma y en tanto nos resulta normal.

Cuarto


No obstante todo lo anterior, la perspectiva de género en el análisis de la relación Mujer-tierra-Estado, es esencial no solamente para su estudio y análisis en estricto, sino también para el estudio del conjunto de relaciones que de ahí emanan, sin olvidar que se requiere recuperar o mantener la perspectiva integral. Si las condiciones de pobreza, de explotación y opresión se mantienen o aumentan para la mayoría de la población, las condiciones de la mujeres, aunque más agudas, seguirán siendo el marco en el cual se seguirá indagando, analizando y hasta reproduciendo ideológica y académicamente un régimen injusto, en este caso, para la clase campesina en general y para la mujer en particular.

En ese sentido, concluyo diciendo: habríamos sido privilegiados si en lugar de un servidor, por ejemplo, hubiera estado hablando, con voz propia, una compañera campesina, aportándonos se experiencia, vivencia y perspectiva alrededor de la cual nos sorprenderíamos de sus demandas, reivindicaciones, resistencias y propuestas como mujeres campesinas, y de su perspectiva política no solamente con relación a la tierra, sino con relación a sus derechos individuales y colectivos –como mujeres y como parte de pueblos indígenas-, al territorio, al mercado, al “libre comercio”, al Estado, a sus organizaciones mismas, etc.

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